domingo, 8 de abril de 2012

Experiencia junto al Dr. Angel Escudero, operar sin anestesia

 
¿Se imagina entrar en el quirófano, por ejemplo para una operación de varices, y la única anestesia que reciba sean las amables palabras del cirujano? Así trabaja el doctor Ángel Escudero, que desde 1972 ha realizado más de mil intervenciones sin utilizar ningún medicamento.


Magazine ha presenciado una operación con su técnica llamada noesiterapia (“curar con el pensamiento”).  Estos son los datos esenciales de una experiencia extraordinaria de la que hemos sido testigos oculares, sin trampa ni cartón, el fotógrafo Luis Davilla y quien esto relata. Nuestra búsqueda profesional –no negamos que muy escéptica– consistía en comprobar de cuerpo presente la veracidad del trabajo de un profesional de la medicina internacionalmente reconocido, el doctor Ángel Escudero, que lleva más de 30 años operando en la prestigiosa clínica Quirón de Valencia sin fármacos que anestesien el cuerpo del paciente. 

Su ciencia se denomina noesiterapia, palabra que procede de dos términos griegos: noesis (acción de pensar) y terapia (acción de curar). Resultado: “curación por el pensamiento”. 

Con la incredulidad, la asepsia y la racionalidad a la que la profesión nos obliga, nos prestamos a ser testigos de una operación, sin anestesia farmacológica, en la persona de Francisca Tent. Vimos, y así lo narramos, cómo la paciente entraba por su propio pie en el quirófano y cómo salía de la misma manera, tres horas después, liberada de sus varices y sin anestesia química. 

Charlamos con ella mientras se vestía y la acompañamos al taxi que la llevó a su casa para seguir con su vida cotidiana...Eso sí, con “nuevas piernas”. Todo en el transcurso de una mañana... Y las fotografías no engañan. 

La historia es como sigue: 10 de la mañana. El doctor Escudero va a buscar a su paciente a la habitación de la clínica. Nosotros vamos con él. El marido de Francisca (Paqui), médico de la Seguridad Social, busca refugio en el baño para ponerse la bata y entrar también en el quirófano. Su mujer sufre de unas varices que le hacen arrastrar las piernas al andar. 
Con su cara de niña y sus 11 partos, lleva años tomando medicamentos antiinflamatorios. Ella sonreía tendida en la camilla y nosotros masticábamos el pánico cuando el doctor le decía: “Venga niña, que te voy a anestesiar”. 
La hermana de la protagonista, Rosa, también presente en una esquina de la habitación, encoge el cuerpo hasta hacerse invisible. Paqui pone cara de “esto no va a funcionar”. 

El doctor intenta tranquilizarla: “Repite conmigo: todo mi cuerpo está anestesiado... Y todas las sensaciones que me lleguen en el quirófano, desde mi cuerpo a mi cerebro, serán agradables... La anestesia durará hasta que me den de alta. Mi boca se mantendrá húmeda hasta entonces...”. 

Y eso es todo. Después de pronunciar estas palabras, Ángel Escudero nos apremia para que abandonemos la habitación. “Ya está”, comenta a la paciente. “Anestesia puesta. Ya te he suministrado la suficiente analgesia psicológica para un buen rato. Hala, vamos al quirófano”. 

Con lo ocurrido en la sala de operaciones se puede escribir el guión para una buena película. Mientras el doctor Escudero se disponía a iniciar la operación, interviniendo las piernas de Paqui para poner sus venas en orden, nosotros, los espectadores, nos adentramos en una conversación de lo más variopinta y distendida. Lo sorprendente es que en ella también participaba la propia operada. Lo primero que nos contaron en aquel trance Paqui y su marido fue la “milagrosa curación” de las manos de ella mediante la noesiterapia. “Nuestra última hija nació en el pasado mes de julio y para cogerla en el regazo tenía que soportar su peso en mis antebrazos, ya que no podía sostener nada con las manos”. ¿Y sin medicación ni nada se te curaron?, preguntamos con sorpresa. “Bueno, yo he estudiado Biología. Tengo una mente científica y estas cosas no entraban en mi cabeza. Mi incredulidad era inmensa... Pero la verdad es que al día siguiente de la intervención, el 90% del dolor desapareció y en una semana se esfumó el dolor residual. Por eso me he embarcado en esta operación de varices”. 

¿Y cómo dísteis con el doctor Escudero? Responde ahora el marido: “Escuché una entrevista con él por la radio y decidí entonces que tenía que intentarlo todo por mi mujer. No podíamos perder nada”. 
De vuelta a la increíble realidad del quirófano, la pareja entabló un sorprendente diálogo: “¿Cómo estás, cielo?”. “Bien, sólo me molesta el pie izquierdo, porque lo tengo torcido” (Risas). “¿Puedo ponerme cómoda?”. “¡Claro!”, responde el médico entre la carcajada general. “Tú mandas. La protagonista eres tú, ponte como quieras, Paqui”. 
Durante las varias horas que duró la operación hablamos de muchas cosas con ella, sobre todo de sus hijos. En ningún momento apareció en escena aguja alguna. Nada de pinchazos para suministrar la anestesia convencional. Sólo sonrisas y trabajo quirúrgico para cortar y recomponer las venas. Sobre todo las de su pierna izquierda, que estaban bastante deterioradas, según explicaba su marido: “Tiene mucha enjundia lo que está recomponiendo mi compañero. Estoy viendo ahora que se ha formado un pelotón de venas delante de una zona delicada, y el doctor Escudero está deshaciendo esa madeja”. 
Mientras el médico prosigue con paciencia con la operación, Paqui retoma el hilo de la conversación. Nos cuenta que su hijo Pablo es el más travieso y que la ilusión de todos radica en tener una habitación para cada uno, sin compartir. “Durante 12 años hemos vivido en el Rincón de Ademuz (Valencia). A mi marido le destinaron allí, un pueblo con 200 habitantes en el que hemos sido muy felices. Nos adjudicaron una casita de médico, justo enfrente del río, y la consulta del ambulatorio estaba realmente en nuestra casa. Hace un año yo me he tenido que venir a vivir a Valencia por mis hijos mayores”. 
Mientras habla, la escena que estamos presenciando suscitaría el asombro de todo el mundo. De pronto, Paqui pide un espejo. Quería ver si estaba guapa para las fotos. El doctor reclamaba un bisturí y, para no ser menos entre tanta frenética actividad, solicita un taburete para que el fotógrafo inmortalice el momento. Pero la charla nunca decae. Todos intentábamos meter baza con nuestro mejor ánimo. La primera, la paciente, que mostraba con una herida abierta y sujetada con separadores. Unas expertas manos de cirujano cortan y cosen. 
Entre los pormenores de la vida familiar de la paciente se entrelazaba el relato de algunos casos recientes del doctor Escudero, narrados por el hijo del facultativo, también presente en la intervención. “Igual te interesa hablar con Encarna Espuña. Tiene 45 años y es fisioterapeuta. Es paciente de mi padre desde hace año y medio debido a un dolor crónico de la vesícula biliar”. 

Como Forrest Gump. Me interesa el caso. Puesta al habla con Encarna, me demuestra con documentos médicos la enfermedad que padeció durante 13 años. “Yo había oído hablar de Escudero durante mis años de estudiante de Medicina. Después completé mis estudios en Estados Unidos y allí también me llegaron ecos de su trabajo. Al regresar a España, decidí que necesitaba buscar una solución definitiva a mi dolencia y en una sesión consiguió que desapareciera esa montaña que supone un dolor crónico. Dejé de empujar la montaña, ésta cayó y yo empecé a volar. No sé explicarlo de otra manera. En diciembre de 2004, me sometió a una operación de varices. Una hora de intervención. A las 11 de la mañana entré en el quirófano y a la una de la tarde estaba en mi casa haciéndome la comida. Al día siguiente me fui a trabajar y no paré de caminar en todo el día. Mis piernas vuelan. Ahora soy como Forrest Gump”. 

En el quirófano de cirugía cardiovascular nos enteramos de muchas más cosas. Por ejemplo, resultó muy interesante conocer el caso de otra paciente de Escudero: María Isabel Villanueva Ferreres, ama de casa de 49 años. Casada con Juan Ros, funcionario, tiene dos hijos. “Sufría una fibromialgia diagnosticada en 1996. Recorrí infinidad de médicos. Tomaba 17 pastillas diarias, que correspondían a nueve medicamentos distintos. Hace un año acudí como última esperanza a la clínica donde trabaja el doctor Escudero. Al salir de la primera consulta ya no me dolía nada. Tiré todos los potingues y ya no he vuelto a sentir ese horroroso dolor muscular que me impedía hacer cualquier cosa en mi vida cotidiana: nada en la casa, nada con mi marido, nada en la calle, nada con mis hijos. Los dolores me habían inutilizado casi como a un vegetal. Llegué a someterme a un tribunal médico para que me incapacitaran y ahora estoy muy bien. Muy Bien. Ojalá hubiera venido antes”. 

La operación de Paqui estaba a punto de concluir. Una de las ayudantes del facultativo le preguntó si quería hablar con su hermana Rosa. Le pasaron un teléfono móvil y tumbada en la mesa de operaciones charló durante minuto y medio con ella. Ya nada sorprendía a nadie. 
“Niña, la operación ha terminado. ¿Cómo te encuentras?”, preguntó el médico. “Muy bien. Tengo la sensación de que me han picado mosquitos. ¿Me puedo duchar hoy?”. “No, hoy no”, respondió Escudero. “No tienes puntos de sutura, llevas una especie de pegamento que caerá solo, pero al que no debes exponer al agua. Ahora ponte las zapatillas y a andar. Quiero que camines 10 minutos. Luego te vistes y a casa”. 

Inmediatamente después de salir del quirófano, improvisamos una entrevista con el doctor Escudero. 
Doctor, lo creo porque lo he visto en el quirófano. Pero, ¿me podría explicar qué hemos presenciado exactamente? 
–Mis pacientes se dan cuenta de que su cerebro es suyo y está diseñado para traer a sus vidas lo que piensan. Les enseñamos a programar todo lo bueno que necesitan, pensando justo en eso, y se dan cuenta de que con toda la facilidad del mundo lo mismo aprenden a anestesiar la parte de su cuerpo que quieran, todo su cuerpo si es necesario (en el caso de las embarazadas) o poner en marcha los mecanismos naturales necesarios para emprender la curación. 

–¿Cómo saben que la cosa va bien? 
–Consideramos la boca como un indicador biológico. Cuando nos sentimos bien, la boca está húmeda. Para que esa saliva fluida se produzca, todo el cuerpo se ha puesto a funcionar en lo que yo llamo un “predominio vagal muscarínico”. En mi último libro, Curación por el pensamiento, explico este concepto: vivir de acuerdo a una respuesta biológica positiva. Ello implica un mejor estado inmunológico, mayor tranquilidad, más autocontrol, y todo de una manera sencilla. Si la gente aprendiera a vivir con la boca húmeda hasta lograr fabricar saliva sin proponérselo estaríamos ante la conquista del pensamiento positivo. 

–¿Estamos hablando de un poder oculto de la mente? 
–Estamos hablando del cerebro, el mayor tesoro a disposición del ser humano. Lamentablemente, nos han educado negando las mejores capacidades que tenemos a nuestro alcance. Cuando una de mis pacientes sale del quirófano, lo primero que oye es: “¡Te has operado sin anestesia química. Qué loca, yo no podría!”. Nos han educado anteponiendo a todo la palabra difícil o imposible, y el resultado es que todo lo que ponemos en nuestro pensamiento a través de nuestro cerebro, lo hacemos verdad. Pero es tan verdad si decimos que “no” podemos, como si decimos que “necesitamos poder”. En ambos casos estamos programando una verdad en nuestro cerebro. La diferencia es que una es negativa y, cada vez que nos negamos a nosotros mismos, estamos viviendo por debajo de nuestras posibilidades. 

–¿Cuántas zancadillas profesionales le han “amoratado” su cuerpo? 
–De compañeros, ninguna. Al contrario. Hace 32 años que realicé la primera intervención mediante noesiterapia aquí, en la clínica Quirón. He asistido miles de partos. Desde 1975 doy cursos a matronas en la Jefatura Provincial de Sanidad de Valencia, y desde 1976 también imparto cursos a médicos. La postura de la industria farmacológica es otro cantar, pero me ha servido de acicate. Les estoy agradecido. Sin sus... bueno, sin sus zancadillas, no habría llegado hasta aquí. Yo necesitaba seguir y, cada vez que pensamos –con la palabra “necesito” delante– sólo en el bien opuesto al mal que tienes o temes, estás programando tu cerebro para que lo fabrique. Para que lo atraiga a tu vida.
 
En la página web del doctor Ángel Escudero: dr.escudero.com. En esa dirección está disponible su último libro, “Curación por el pensamiento”. El doctor propone a quien lo descargue de la web dar el importe de la obra, 5 euros, a “una persona necesitada”.

Fuente: periódico El Mundo
Por Beatriz Pérez-Aranda. Fotografías de Luis Davilla

1 comentario:

josé dijo...

me ha gustado mucho el articulo, mucho. La humanidad está cambiando a pasos agigantados,en España nos estan dando por todos lados, es asombroso el poder q. tenemos los españoles de aguante, pero.... nosotros PENSAMOS EN POSITIVO., por mucho que nos vapuleen no, nos caeran, y todo gracias a erspañoles de la talla del Dr.ESCUDERO, bravo, fantastico.. GRACIAS x enseñarme.